—Sofía, Sofía, ¿dónde estás? — Ona había ido a buscarla a la Casa Hogar, pero no estaba allí, así que fue al bosque cercano. Era su refugio habitual.
Al oír la voz de la joven Sofía salió de su refugio en el bosque —Aquí. No grites, que ya te había oído llegar. Caminas pisando como su fueras un elefante y espantas a todos los animales.
Ona vio que su querida amiga llevaba su libreta de papel en la mano, allí escribía sus pensamientos más íntimos. Las dos sabían que eso era un anacronismo, ya que ahora todo se dictaba a las libretas cuánticas con el pensamiento a través de los cascos de pensar.
Las dos jovencitas colocaron en su pulsera la turmalina negra que bloqueaba el GPS de la pulsera médica y neutralizaba cualquier cambio en sus biorritmos cardiacos. Se internaron en un bosque profundo, donde estaba prohibido pasear por la contaminación. Desde la última guerra todo quedó contaminado de radiaciones atómicas, lo que causó la mutación y exterminio de muchas especies animales, plantas y árboles. Pero la radiación, a pesar de los siglos transcurridos, no había disminuido todavía de forma uniforme en todo el planeta; aún quedaban zonas altamente contaminadas.
Ellas dos sabían por Mar que en realidad era una estratagema del Gobierno central, para tener a los habitantes de los kibus controlados.
Sofía, cuando llegó al Kibu Científico acogida en la Casa Hogar, había provocado un cambio energético en la zona, que Mar y Ona habían detectado, disimulándolo para que pasara desapercibido en el Poblado del Mundo.
Mar cuidaba de Ona junto con Martín, protegiéndola del temido Cornelius. Mientras, iba formándose en biología recuperativa de especies. Al año de su llegada apareció Sofía, todas las hadas del bosque, así como los seres feéricos, se revolucionaron ante su presencia.
Se sentían atraídos por su fuerte energía y su olor especial a algodón de azúcar, pues habían sobrevivido muy pocos, con la muerte de los bosques, las plantas y por ende las flores, la radiación también les había afectado. Igual que la humanidad se había prácticamente extinguido, ellos también habían sufrido los estragos de la locura humana.
Lo que no sabían las dos jovencitas era que el Kibu científico se había instalado en esa área por orden de Salomón y Merlín con la intención de que Mar y Martín se instalaran allí para cuidar del sagrado bosque, que albergaba a una pequeña población variopinta de seres feéricos y un dragón dormitante. Y que esperaban la llegada de las dos y el momento oportuno para preparar a Samuel, el hijo de Mar y Martín.
Mar fue instruyendo a las dos jovencitas en las artes mágicas y desarrollando en ellas sus capacidades paranormales. Ona era hija de la reina hada del destino Meliá y de Einar, mentalista y jefe de los protectores de Salomón.
Salomón, a su vez, era el padre de Martín, y desde el principio del gobierno de Ragnar ocupaba el puesto de Insigne del Norte en el Poblado del Mundo.
Allí Ona, junto a Mar había descubierto que podía hablar cualquier lengua y entenderla gracias a su telepatía, aprendió el lenguaje de los árboles, y sentía la naturaleza comprendiendo sus necesidades. Veía a las hadas y los gnomos del bosque, como a las personas humanas.
Sofía era huérfana, por ello no sabía nada de sus progenitores, pero sus mentores la habían apartado todo lo que habían podido del Poblado del Mundo y de los espías de Cornelius porque era el vivo retrato de su padre. Mar la reconoció al instante, así que asumió la protección de las dos niñas, al tiempo que protegía a su propio hijo.
Sofía fue desarrollando sin esfuerzo sus capacidades innatas, conectaba con los cinco elementos, entraba y salía del vacío, podía materializar objetos o plantas de la aparente nada. Veía también a todos los seres feéricos del lugar y a veces se agobiaba porque su mente se llenaba de ruido de pensamientos ajenos.
Las dos muchachas solían ir al corazón del bosque porque habían encontrado amigos en él y, poco a poco, la idea de revelarse al control creciente dentro de su mundo feliz e ideal había crecido en su interior.
Esa mañana Sofía estaba más huraña que de costumbre, lo que molestó a Ona, que la buscaba para compartir la feliz noticia de que iban a devolver las crías de salmón y trucha recuperadas después de tantos años extinguidas al río. Todos los kibus cercanos de las cuatro direcciones iban a estar presentes, por lo que serían un par de días de celebraciones con gente nueva a la que conocer.
Ona se sentía orgullosa del trabajo que realizaba con Martín, el responsable de las técnicas de recuperación de especies en el planeta, y de lo mucho que él solía confiar en ella, por eso necesitaba compartirlo con Sofía y Samuel.
—Pero ¿qué te ocurre? Estás más borde que de costumbre —reprochó Ona a su amiga.
—Vete, no te importa, no le importo a nadie. La directora de mi hogar me ha avisado de que me voy de aquí. Y que Mar no lo impedirá, pues no tiene poder para evitarlo. Tú, algún día, regresarás con tu padre y nadie se acordará más de mí.
Ona la miró sorprendida, no se lo creía, pues, sabía que estaba invitada a la fiesta que daría la familia de Sam. No entendía por qué, desde que había llegado Sofía, la directora de la Casa Hogar la trataba tan mal, cuando incluso por ley estaba prohibido.
—Esa mujer se merece una regañina, no puede hablarte así ni mentir. Hoy, Mar, cuando te vea, te invitará a la fiesta que harán en el río por la recuperación de los peces. Vamos a hablar con la Ogra, ella nos explicará por qué la gente hace estas cosas raras.
Tomó a su amiga de la mano y juntas corrieron al interior del bosque en dirección al hogar de la señora Ogra. Pero un extraño movimiento en la energía las detuvo, unos segundos más tarde sintieron un enorme temblor bajo sus pies, una gran sombra cubrió el lugar donde se encontraban. Miraron hacia las copas de los árboles, una cabeza de un tipo de dinosaurio que no reconocieron las miraba fijamente, desprendía un asqueroso olor a azufre.
Dentro de sus mentes resonaron las mismas palabras: «ha llegado el momento, todo está ya en marcha».
El temblor del suelo, al moverse el extraño animal, casi las tira al suelo, a cada paso que daba, alejándose los pájaros y seres feéricos huían de su cercanía. Terminó convirtiéndose en un enorme pájaro, pero, aunque ya lejano, su voz resonó de nuevo en sus mentes: —«Preparaos, pues ha llegado el tiempo de los Vientos del Futuro».
Las dos salieron corriendo del Bosque, asustadas una vez fuera, alejadas de los árboles, en el camino del valle, se detuvieron a recuperar el aliento.
—¿Era un pterosaurio? —preguntó Sofía a su amiga.
—No lo sé, pero debía estar extinguido desde antes de todas las guerras.
Mar había salido en su búsqueda, quería decirle a Sofía que la esperaba en la fiesta al lado del río. Las vio sudadas, pálidas y desencajadas, instintivamente miró su pulsera, vio que llevaban la turmalina negra, así que respiró tranquila.
—Quitaos la gema, aquí os la pueden ver. Y contadme qué os ha ocurrido en el bosque. No, mejor enseñádmelo en vuestra mente.
Al verlo, sintió una fuerte punzada en el corazón. Había llegado el momento y no estaban preparadas todavía, y Samuel aún menos.
Las abrazó, y colocó sus manos dulcemente en la nuca de cada una de las muchachas, hizo con sus dedos un símbolo invisible en la zona y borró todo recuerdo de lo ocurrido.
—Hola, chicas, os estaba buscando, qué abrazo más agradable me habéis dado.
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