top of page
  • Facebook
  • Instagram

El regalo que no se compra

  • Foto del escritor: psicosalut
    psicosalut
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

Por Helen Flix

 

El sobre sin remite

Cada año, la carta llegaba la mañana del veinticuatro de diciembre. Sin remite, sin sello, sin huellas. Solo un sobre color marfil con su nombre escrito a mano: “Elena”.La primera vez pensó que era una broma. La segunda, una rareza. A la tercera ya había aprendido a esperarla, como quien espera un guiño del destino.

El ritual se repetía: el sonido del buzón al caer la carta, el silencio contenido mientras rompía el sobre, la letra inclinada hacia la derecha —esa caligrafía antigua que parecía escrita con pluma y paciencia—. Dentro, apenas una frase. Un año decía: “La vida aún te debe una sonrisa" Otro: “Perdona lo que hiciste sin saber.” Y el último: “Aún hay tiempo para volver.”

No había firma. Solo una inicial: A.

Durante años trató de encontrar una explicación. Ningún vecino admitía haberla dejado. Nadie sabía nada del sobre. Su familia lo tomaba con humor, pero ella lo vivía como un secreto íntimo, una cita invisible con algo que no podía nombrar. Quizá con la vida misma.


ree

La última carta

Aquella Nochebuena era distinta. Elena tenía sesenta y ocho años y por primera vez pasaría la fiesta sola. Sus hijos vivían lejos, sus amigas tenían planes, y la casa —esa casa que alguna vez fue refugio— la sentía demasiado grande.

Encendió la chimenea y preparó una infusión. En el aire flotaba el olor a Navidad, canela, clavo y manzana. Cuando el reloj marcó las seis, oyó el golpe suave en el buzón. Su corazón, pese a los años, respondió igual que siempre: con ese sobresalto de niña que aún cree en los milagros.

El sobre era idéntico a los anteriores. Marfil, caligrafía inclinada. Pero dentro, esta vez, no había una frase breve. Era una carta entera.

“Querida Elena:

Si estás leyendo esto, significa que he cumplido mi promesa. Escribí estas cartas muchos años atrás, uno por cada Navidad que temí no poder acompañarte.

Quise dejarte palabras que te recordaran lo que a veces olvidamos: que incluso en la ausencia hay presencia, y que el amor no se mide por la cercanía, sino por la huella.

A veces me pregunto si has llegado a sospechar quién soy. Tal vez sí. O tal vez ya no importe.”

Elena dejó la carta sobre la mesa, temblando. Sabía quién escribía. Era la letra de Andrés, su primer amor. El mismo que murió en un accidente el invierno en que iban a casarse.


El regalo invisible

Durante años, había enterrado esa historia bajo capas de cordura. Había amado después, había tenido hijos, había reído.

Pero una parte de ella —una que nunca compartió con nadie— seguía preguntándose cómo habría sido su vida si aquel coche no hubiese derrapado en la carretera helada.

Volvió a leer la carta, con lágrimas silenciosas:

“Me prometí que, si existía algún modo de seguir cerca, lo encontraría.

Y si alguna vez sientes mi presencia —en una canción, en un perfume, o en un pensamiento repentino— no lo dudes: soy yo recordándote que no estás sola.

El regalo que no se compra es ese: la certeza de haber amado de verdad.”

Elena apoyó la cabeza entre las manos. Afuera nevaba, algo inusual en su ciudad. Por un momento le pareció oír pasos en el pasillo, un roce de abrigo, un suspiro. No se asustó. Encendió otra vela, sonrió entre lágrimas y dejó la carta abierta sobre la mesa, junto al retrato de juventud que guardaba desde siempre.

El fuego crepitó. El reloj marcó las doce.Y en la penumbra dorada del salón, algo cambió: la soledad ya no dolía.


Epílogo

A la mañana siguiente, el cartero llamó a la puerta.Traía un paquete pequeño, sin remitente. Dentro había un cuaderno encuadernado en tela y una nota breve:

“Para que sigas escribiendo cartas que lleguen más lejos que el tiempo.”

Elena sonrió. Tomó la pluma que guardaba desde hacía décadas, abrió el cuaderno y comenzó a escribir:

“Querido Andrés: He recibido todas tus cartas.Y ahora sé que el amor, cuando es verdadero, nunca se entrega en vano.”

La vela seguía encendida, y en la ventana aún caían copos de nieve. Por primera vez en muchos años, Elena no esperaba más regalos. Ya lo tenía todo, incluso, el que no se compra.

 

Metadescripción: Una historia sobre amor, ausencia y memoria. En Nochebuena, Elena recibe la última carta de un remitente misterioso. Un relato navideño íntimo y poético sobre los regalos que no se compran: los que deja el alma.

 
 
 

1 comentario

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
Invitado
hace 15 horas
Obtuvo 5 de 5 estrellas.

Precioso relato Helen!❤️

Me gusta
bottom of page